sábado, 13 de agosto de 2011

Ancla


Ancla instalada en la Casa de Isla Negra - Pablo Neruda


El ancla

Pablo Neruda - 1966
Una Casa en la Arena

"El ancla llegó de Antofagasta. De algún barco muy grande, de aquellos que cargaban salitre hacia todos los mares. Allí estaba durmiendo en los áridos arenales del norte grande. Un día se le ocurrió a alguien mandármela. Con toda su grandeza y su peso fue un viaje difícil, de camión a grúa, de barco a tren, a puerto, a barco. Cuando llegó a mi puerta no quiso moverse mas. Trajeron un tractor. El ancla no cedió. Trajeron cuatro bueyes. Estos la arrastraron en una corta carrera frenética, y entonces si se movió, hasta quedarse reclinada entre las plantas de la arena. 

-La pintarás? Se está oxidando.
No importa. Es poderosa y callada como si continuara en su nave y no la desgañitara el viento corrosivo. Me gusta esa escoria que la va recubriendo con infinitas escamas de hierro anaranjado.

Cada uno envejece a su manera y el ancla se sostiene en la soledad como en su nave. Con dignidad. Apenas si se le va notando en los brazos el hierro deshojado"

Close-up Tugboat Anchor - Steven Keller

Forging the anchor  - Stanhope Alexander Forbes

Oda al Ancla
Pablo Neruda
Estuvo allí, un pesado
fragmento fugitivo,
cuando murió la nave
la dejaron
allí, sobre la arena,
ella no tiene muerte:
polvo de sal en su esqueleto,
tiempo en la cruz de su esperanza,
se fue oxidando como la herradura
lejos de su caballa,
cayó el olvido en su soberanía.
La bondad de un amigo
la levantó de la perdida arena
y creyó de repente
que el temblor de un navío
la esperaba,
que cadenas sonoras
la esperaban
y a la ola infinita,
al trueno de los mares volvería.
Atrás quedó la luz de Antofagasta,
ella iba por los mares pero herida,
no iba atada a la proa,
no resbalaba por el agua amarga.
Iba, herida y dormida
pasajera,
iba hacia el Sur, errante
pero muerta,
no sentía su sangre,
su corriente,
no palpitaba al beso del abismo.
Y al fin en San Antonio
bajó, subió colinas,
corrió un camión con ella,
era en el mes de octubre, y orgullosa
cruzó sin penetrarse
el río,
el reino de la primavera,
el caudaloso aroma
que se ciñe a la costa
como la red sutil de la fragancia,
como el vestido claro de la vida.
En mi jardín reposa
de las navegaciones
frente al perdido océano
que cortó como espada,
y poco a poco las enredaderas
subirán su frescura
por los brazos de hierro,
y alguna vez florecerán claveles
en su sueño terrestre,
porque llegó para dormir
y ya no puedo restituirla al mar.
Ya no navegará nave ninguna.
Ya no anclará sino en mis duros sueños.


Ancla - Ilustración de Amy Sol

Pablo Neruda (12 de julio de 1904 al 23 de septiembre de 1973)
Ancló su vida alrededor de sus casas, sus amores, sus mujeres, sus dolores.
Al parecer, su alma buscaba incansablemente un “ancla” definitiva que calmara su sed infinita de objetos y seres que él consideraba hermosos, sorprendentes, únicos y suyos.
Su poesía está “anclada” al espíritu universal de todo Buscador.
"Siempre que el viento sopla" - Lim Heng Swee

Porque donde está vuestro tesoro,
allí esta también vuestro corazón - Jesús

2 comentarios:

Celso dijo...

Camino a Angelmó, Puerto Montt, hay una gran ancla y una hélice marina (o al menos creo que siguen allí). Todos estos elementos llaman a imaginar los mares que habrán recorrido, los puertos que habrán tocado y las vidas que habrán acompañado. Ilusión de tiempo y distancia sobre el espejo siempre cambiante del océano. También cada uno de nosotros carga con sus propias anclas que nos sostienen o nos fijan lugares, aunque nuestro navegar siga adelante.

Clarissa Rodriguez dijo...

Estoy de acuerdo contigo Sr. W
Cada uno de nosotros tiene sus propias anclas. Las necesitamos. Reales o imaginarias, nos proveen la sujeción necesaria para sentirnos seguros. Parece que dos pies sobre la tierra no alcanzan a sustentarnos.

Un abrazo, W!

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