Hoy frente a la ventana del Gimnasio lo vi. Todo frondoso, todo verde, agitando alegremente sus ramas como unos brazos que se alzan al cielo para expresar gratitud.
En seguida me acordé de la Pilito y esas tardes en que caminábamos por el parque cerca de “Las Carretas” en Santiago.
Realmente aquellos fueron unos días como los que con seguridad inspiraron al Salmista, cuando en el Salmo 23 habla del “valle de sombre de muerte”.
La Lucía Pilar alias “Pilito”, “Piligrosa”, también conocida como LUPIROLO es mi hermanita querida, mi hermanita menor que entonces trataba de consolarme y me decía “tienes que mirar los árboles” “hay que tener un árbol amigo”.
En seguida me acordé de la Pilito y esas tardes en que caminábamos por el parque cerca de “Las Carretas” en Santiago.
Realmente aquellos fueron unos días como los que con seguridad inspiraron al Salmista, cuando en el Salmo 23 habla del “valle de sombre de muerte”.
La Lucía Pilar alias “Pilito”, “Piligrosa”, también conocida como LUPIROLO es mi hermanita querida, mi hermanita menor que entonces trataba de consolarme y me decía “tienes que mirar los árboles” “hay que tener un árbol amigo”.
Hoy le encuentro un sentido más trascendente a esas palabras, especialmente porque al hacer una retrospección, me doy cuenta de que en mi vida he tenido más de un “árbol amigo” por ejemplo el “árbol gordo” junto al “árbol flaco”, esos que estaban frente a nuestra casa paterna, la casa feliz de nuestra niñez. Luego el cerezo, mi favorito entre todos los árboles del patio de la casa, ese que me acogía en lo más alto de su follaje, donde me sentía enteramente feliz mirando el horizonte y cantando alguna canción al ritmo que imponía el viento. También estaba el árbol frente a la casa de la tía Purita, en cuyo patio pasábamos tantas horas del día jugando y al caer la tarde la tía Purita nos regalaba algo rico para comer.
Mucho más tarde conocí el árbol que muchas veces visitaba en la pequeña plaza de “El Golf” en Santiago, bajo cuya sobra leía algún libro o lloraba penas de amor.
El Salmo 1 dice en sus primeros versos:
1:1 Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado;
1:2 Sino que en la ley de Jehová está su delicia,
Y en su ley medita de día y de noche.
Que da su fruto en su tiempo,Y su hoja no cae;
Y todo lo que hace, prosperará.
La imagen poética de este árbol me recuerda a mi padre, bajo cuya sombra crecimos y nos formamos porque dio “su fruto a su tiempo y su hoja no cae”. Su figura siempre serena se nutría en la vertiente cristalina que habitaba todo su ser.
Ahora me gusta el árbol gordo muy gordo que está en Pucón, a la entrada de la playa grande. Pero más me gusta este, el que me saluda alegremente desde la ventana del tercer piso del gimnasio, porque me permite entrar en la evocación con mi hermanita y me devuelve la serena convicción de que todo está bien porque Dios cuida hasta los más mínimos detalles no sólo de la vida humana sino de cada ser viviente.
Creo que he encontrado un nuevo árbol-amigo.