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En familia - Donna Green |
Grandma's Apron
Tina Trivett
The strings were tied, It was freshly washed,
and maybe even pressed.
For Grandma, it was everyday to choose one when she dressed.
The simple apron that it was, you would never think about;
the things she used it for, that made it look worn out.
She may have used it to hold, some
wildflowers that she'd found.
Or to hide a crying child's face, when a stranger came around.
Imagine all the little tears that were wiped with just that cloth.
Or it became a potholder to serve some chicken broth.
She probably carried kindling to stoke the
kitchen fire.
To hold a load of laundry, or to wipe the clothesline wire.
When canning all her vegetables, it was used to wipe her brow.
You never know, she might have used it to shoo flies from the cow.
She might have carried eggs in from the
chicken coop outside.
Whatever chore she used it for, she did them all with pride.
When Grandma went to heaven, God said she now could rest.
I'm sure the apron that she chose, was her Sunday best.
I miss you Grandma...
Versión de Celso Winter Soto
¿Quién inventó el delantal
de las madres y las abuelas? Desde nuestra memoria personal y más
atrás, a través de la habilidad del fotógrafo o del pincel del artista, sabemos que esta prenda ha acompañado el quehacer de infinitas mujeres, valiéndose de él para los mas variados
usos. Evidentemente, la primera finalidad del delantal era proteger
la ropa que estaba debajo, pero un poco de observación nos revela lo multifacética que podía llegar a ser esta simple pieza de vestir.
El
delantal era un refugio contra cualquier peligro. Una fortaleza
inexpugnable cuando un miedo infantil acechaba. Las lágrimas, las
caritas sucias y hasta las narices encontraban allí fiel acogida.
El delantal avivaba el fuego en la estufa, agarraba el asa
del sartén caliente, traía los huevos desde el gallinero, las verduras desde la
huerta y las frutas de la arboleda. Llevaba el trigo a la hora de
dar de comer a las aves del corral y volvía con los polluelos perdidos. Cuan
mágica varita, era capaz de dejar resplandecientes los muebles en un santiamén
cuando alguna visita inesperada aparecía por el camino. En los días
de lavado se humedecía con lavazas y secaba las manos cansadas, que volaban a
atender otra labor, siempre importante. De su profundo bolsillo marsupial, salía el pañuelo de pequeñas flores bordadas, el
caramelo que premiaba el primer dibujo o la tarea terminada, las llaves que
nadie mas encontraba, el pinche que sujetaba el cabello rebelde y la pomada que
sanaba la rodilla lastimada. El milagroso delantal sacaba del horno
la lata repleta de galletas olorosas, las mismas que eran depositadas junto a la
ventana, (prohibido comerlas calientes pues “hacen mal para la guatita”).
Aquel delantal, de a poco, ha cedido su lugar, pero difícilmente
se inventará algo de tan variados usos; llevando en sus
pliegues los recuerdos de la infancia, los milagros cotidianos, las caricias filiales, las horas de cuentos junto a la lumbre, los desvelos junto a la cama del enfermo, el bordado en
las noches de invierno y la canción de cuna.
Si en algún rincón
encontráis ese viejo delantal, ponedlo en lugar señero como un homenaje, un sencillo monumento a aquella mujer inolvidable...