CARBÓN
Gonzalo Rojas
Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebú en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.
Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.
Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.
Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.
Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.
Ochenta Veces Nadie
Gonzalo Rojas
fragmento
Así las cosas, ¿nos entonces vemos
el XXI? Los verdaderos poetas son de repente: nacen
y desnacen en cuatro líneas, y
nada de obras completas,
otros
entreleen a su Homero por ahí en inglés entre el ruido
de los aeropuertos a falta de Ilión,
Hölderlin
fue el último que habló con los dioses,
YO
no puedo. El Hado
no da para más pero hablando en confianza ¿quién
da para más?, ¿el aquelarre
de los nuevos brujos de la Física?, ¿el amor., pero
¿qué se ama cuando se ama?, ¿las estrellas?, pero ¿quiénes
son las estrellas profanadas como están por las
máquinas del villorrio? Lo
irreparable es el hastío.
El Poeta
A los 93 años de edad falleció, recientemente, el poeta chileno Gonzalo Rojas.
Su poesía tan original, que abarca desde lo erótico hasta lo sagrado y sublime, está llena de sonidos rudos y arrebatados que luego pasan a la mesura y el rigor.
La poesía de Gonzalo Rojas la conocí en los años 90. Me deslumbró para siempre con su verso “¿Qué se ama cuando se ama?”. Una pregunta aun sin respuesta y que él mismo seguramente se volvió a hacer muchas veces. La incluyó en su "Ochenta Veces Nadie", poema con el que celebró sus 80 décadas.
Solía decir que “Sur y Ser son un mismo verbo condenado a conjugarse siempre en presente y con los ojos cerrados”, porque “así lo exige la gramática de las araucarias”
Su casa sureña, borde-río, la había bautizado como “Torreón del Renegado”.
"De lo alto del Nevado de Chillán baja turbulento El Renegado, que lo amarra a la leyenda".
"De lo alto del Nevado de Chillán baja turbulento El Renegado, que lo amarra a la leyenda".
La Leyenda
Le escuché, alguna vez, contar la leyenda que habla de un fraile, del siglo XVII, que se enamoró y luego raptó a su enamorada para intentar cruzar la cordillera. Como castigo divino fue trasformado en roca. Una roca sobre la que azotaban con violencia las gélidas aguas que bajaban de la cordillera de Los Andes.
Los lugareños comenzaron a llamar "el Renegado" a ese río.
Le escuché, alguna vez, contar la leyenda que habla de un fraile, del siglo XVII, que se enamoró y luego raptó a su enamorada para intentar cruzar la cordillera. Como castigo divino fue trasformado en roca. Una roca sobre la que azotaban con violencia las gélidas aguas que bajaban de la cordillera de Los Andes.
Los lugareños comenzaron a llamar "el Renegado" a ese río.
Gonzalo Rojas, desde su "Torreón del Renegado" seguirá iluminando las letras de iberoamericana.
2 comentarios:
CARBON, el poema de Gonzalo Rojas que incluyes, me hizo nuevamente recordar a mi padre. El no era minero, pero, en tiempos que yo no vivi, hacía carbón de leña y lo traia al pueblo para venderlo. Lo que si recuerdo es su imagen, algo difuminada por el tiempo, llegando enfundado en su manta de Castilla, enorme y mojado desde mi exigua estatura de niño. Vivíamos en el campo, la casa incrustada entre los manzanos, rodeada de ceresos, guindos y perales. Para llegar, había que transitar un largo tunel de vides que apuntaba, como el cañon del viejo rifle, hacia las luces de la ciudad. Su imagen se recortaba oscura contra ese fondo, casi cubriéndolo todo. No había pensado en eso desde hace tanto, ni a nadie lo había contado, pero, una vez mas, lo que pones en este blog me ha hecho escanciar un vaso mas de recuerdos, del pozo de la memoria. Gracias C.
W, muchas gracias por compartir esos recuerdos tan íntimos.
La poesía de Gonzalo Rojas tiene esa sonoridad distinta y áspera que ayuda a encontrar nuestros propios sonidos. A él le gustaba contar que las letras lo llamaron cuando escuchó por primera vez la palabra “relámpago”. Su poesía es un relámpago que alumbra algún campo en el alma y rompe el olvido y la nada, inundándonos de susurros, y arrullos antiguos.
Quizás sólo llegamos entender, cabalmente, a nuestros padres cuando alcanzamos cierta madurez, o cuando el tiempo va definiendo justo el perfil y los detalles de su ausencia.
Un gran abrazo!
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