LA SAETA
Quién me presta una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Saeta popular
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
Antonio Machado
Mirando la historia del pueblo de Israel nos encontramos (libro de Éxodo) con un episodio significativo. Ya han cruzado el Mar Rojo milagrosamente. Después de tres días en el desierto, llegan por fin a un lugar donde encuentran agua. Sin embargo no pueden tomarla porque son aguas amargas.
El relato dice: “Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber?
Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron”
Muchísimos años más tarde las aguas de la amargura han invadido la humanidad y han saturado los corazones con amarga desolación, odio y dolor. Un madero es lanzado a estas aguas. Sobre el madero reposa un frágil cuerpo lacerado y herido. Cuerpo y madero son una misma cosa. Son un mismo misterio de Amor. Es la rama, el árbol que puede absorber, en si mismo, toda la amargura humana. De su interior brota un torrente de agua; dulce agua de perdón, preciosa agua que limpia, purifica, renueva y bendice.
Cuando Jesús está en la cruz y pide agua (Evangelio según San Juan) le dan vinagre.
En ese sorbo parece ingerir la última gota de amarga soledad e indiferencia. Las penas del mundo, lo feo, vil y vergonzoso traspasa ese cuerpo que, cual un crisol, lo transforma en torrente de vida, en dulce bebida que vivifica, que trae esperanza. Es la aurora de un nuevo día para la humanidad.
Ese madero “ha echado raíces y le han brotado retoños. Sobre sus ramas se posan aves y a su sombra reposa feliz el Hijo del Hombre” (Álvaro Scaramelli)
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